Parecía que estaba llegando a su final.
Se intuía en su propia narración. Predecible o abrumadoramente envuelto en sobresalto.
Cada palabra estaba en su lugar imaginario, cada emoción ocupaba un recodo del ojo y cada verso se sentía en una articulación de su cuerpo.
Página a página se componía su papel de espuma y brillo, como un retal que se pliega hecho sueño, o lugar lejano, o guiño mágico.
Sin duda, había dejado su huella en ella. En ellas. Tal vez en mucha gente. Y cada letra se reivindicaba eterna.
Entonces dejó de ser final y se giró para ser comienzo. Por qué no, en otras manos.
Era libro. Y se abriría siempre.
En tantas voces, como una opción libre y múltiple.
Como todas las alas.
Feliz día del libro
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